
En estos días de confinamiento, en los que parece que el tiempo se ha detenido unos instantes, algunos hemos tenido la oportunidad de retomar viejas costumbres que no deberíamos haber perdido nunca, como el placer de la lectura.
Pero de pronto, aparece el primer problema, y es que cuando uno lleva tanto tiempo desconectado de las novedades literarias, no sabe por qué decidirse, los libros pendientes se amontonan en las estanterías como estos últimos días en el calendario; así que, lo mejor es dejarse aconsejar y no desconfiar cuando la propuesta, a priori, no parezca muy de nuestro estilo, porque los títulos, pueden esconder historias llenas de humanidad, tan necesaria en estos tiempos que corren.
Éste es el caso de “Largo pétalo de mar”, la última novela de Isabel Allende, escritora peruana pero estrechamente vinculada a Chile, país que fue renombrado por Pablo Neruda con las palabras que dan título a la obra. En ella, se recogen las vicisitudes de una pareja española, que huye desde un campo de concentración francés, adónde han llegado tras su huída de una Barcelona inmersa en los últimos meses de la Guerra Civil Española.
Su destino será Chile a bordo del “Winnipeg”, travesía que el 2 de septiembre del año pasado, cumplió 80 años de su llegada a puerto.

El navío, un buque de carga francés preparado para transportar mercancías y a un máximo de alrededor cien personas, fue modificado para albergar más de 2.000 pasajeros. No se sabe con certeza el número de españoles que subieron al barco, pero de la elección de los pasajeros de entre los casi medio millón de refugiados que se encontraban en Francia, también se encargó Neruda.
Solicitó que una parte de los elegidos fuesen maestros e intelectuales, pero el Gobierno de Chile pidió que embarcaran sólo “hombres de trabajo”, obreros cualificados de la agricultura, la pesca, la industria textil o la gastronómica. El entonces presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerda, trataba de evitar la llegada de españoles con ideas subversivas que pudieran calar en la pacífica sociedad chilena.
Según relató Amorós “Todos eran republicanos militantes de los partidos del Frente Popular español, pero se priorizó su capacidad laboral por encima de su condición política”.
En “Misión de amor”, el propio Neruda relata:
«Labriegos, carpinteros, pescadores, torneros, maquinistas, alfareros, curtidores: se iba poblando el barco, que partía a mi patria. Yo sentía en los dedos, las semillas de España, que rescaté yo mismo y esparcí, sobre el mar, dirigidas a la paz de las praderas”.
La llegada de los exiliados españoles marcó un antes y un después en la historia de Chile, porque llevó al país suramericano «la semilla de un pensamiento más libre y de una cultura más profunda«. Para muchos historiadores chilenos, quedó demostrado que una migración de esta magnitud crea condiciones de vida novedosas y positivas para el país que recibe a los inmigrantes.

Lástima que hoy en día, la inmigración sea vista con ojos recelosos por la mayoría de gobernantes del primer mundo.
Lo cierto es que Neruda quedó profundamente marcado por el conflicto español, cuyo inicio le encontró en Madrid como cónsul de Chile y decidió su compromiso con la izquierda, cuya primera acción política se materializó, precisamente, en el “Winnipeg”.
La guerra le alejó de toda una generación de poetas e intelectuales con los que había coincidido en la capital de España y le arrebató a su amigo Federico García Lorca.
Para su biógrafo, el Winnipeg, constituyó la mayor manifestación de solidaridad de Neruda con la República española. Años después, se referiría a esta hazaña como su mejor poema: «Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie».
Si queréis conocer más sobre la historia del “Winnipeg” o la de aquellos que viajaron en él, os dejo algunas recomendaciones:

